Parece mentira las vueltas que da la vida, el mundo es un pañuelo, de eso no hay ninguna duda, pero lo que está claro es que la casualidades no existen.
Como sabéis, la semana pasada viajé hasta México para ver la Riviera Maya. Me alojé en un hotel de Todo Incluido porque m
e salió una oferta muy buena (y la verdad es que fué una suerte, porque no veas lo bien que se está allí). La cuestión es que con el grupo con el que iba decidimos no contratar las excursiones del hotel (nos parecieron muy caras) y pensamos que no sería dificil ir a nuestra bola.
Tras entrar en varios foros encontramos el número de un taxista que venía muy recomendado Carlos Salazar, del cual tengo que dar muy buenas referencias, la verdad es que el viaje no pudo ir mejor, nos llevó a sitios para nada turísticos, comimos en la trastienda de un supermercado, vimos las casas de los indígenas, nadamos con tortugas, incluso nos dió a probar un gazpacho que hace que está de muerte, el tema es que el último día, tras las despedidas nos dijo: “¿Oye, vosotros sois de Lleida, verdad?”, el caso es que si lo somos, así que nos dió una bolsa de café con una dirección escrita.
Tiene amigos en nuestra ciudad, y lo más alucinante es que viven justo detrás de uno de los del grupo, así que no sólo encontramos allí a un amigo, sinó que casi encontramos un paisano.
Estas cosas sólo ocurren viajando.
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